MÉXICO, Enero, 22 2018.- Gael García Bernal está sentado en la sala de una casa de tres niveles en el centro de San Gregorio Atlapulco. Es una madrugada de diciembre y el frío en esta zona de Xochimilco, al sur de la Ciudad de México, cala los huesos. El director de Chicuarotes está vestido con una gruesa chamarra que desborda la silla de manta. Frente a él, una pantalla muestra a un par de ajolotes que roban el primer cuadro de la toma. Los anfibios, endémicos del Valle de México, se mueven lentamente en una pecera hipnotizando a la producción. Hay uno oscuro y uno albino. En la ficción se llaman Tonatiuh y Citlali.
Gael García suelta un par de curiosidades sobre esta especie prehispánica al borde de la extinción. Cuenta que el animal sale en una película de acción de Corea del Sur. Uno de los cuidadores de los ajolotes asegura también que uno aparece en Viaje a la luna, de Georges Méliès. El actor relata la teoría del antropólogo Roger Bartra, que compara al mexicano con esta especie de salamandra que vive una adolescencia perenne porque no termina de evolucionar. Es esta metáfora la que García Bernal quiere resaltar para contar la historia de dos jóvenes que buscan escapar del círculo de pobreza y violencia del extrarradio de la capital mexicana.
Los protagonistas, Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal), piensan en una forma de comprar una plaza en el sindicato de electricistas. Su ingreso al gremio es un billete de salida de Atlapulco, un vocablo xochimilca que hace referencia a las tierras del fango. Cagalera es hijo de una familia muy disfuncional y ambos, habitantes de un entorno bello con edificios color concreto, están dispuestos a lo que sea con tal de salir de esa realidad. Incluso a secuestrar a otro menor.
“Es una historia que, si fuera contada en Buenos Aires o Sao Paulo sería violencia pura, pero llevada a México se convierte en una historia de violencia cotidiana”, cuenta Gael García en el rodaje aquella madrugada de diciembre. La película le permite reflexionar sobre la alta tolerancia a este fenómeno en México. “¿Cómo nos permitimos caer en el fondo de esta violencia?”.
Chicuarotes, sin embargo, no carece de picaresca. El guion está escrito por Augusto Mendoza (Abel, Mr. Pig), quien creció en el barrio colindante de esta zona y ha sabido inyectar humor e ironía a la aventura de estos antihéroes. El título de la cinta hace referencia al gentilicio de la región y significa necio o testarudo.
García Bernal ha vuelto a colocarse detrás de la cámara para dirigir un largo de ficción tras una década. Déficit, la ópera prima que dirigió a sus 29 años, ha dejado recuerdos agridulces en los espectadores a lo largo del tiempo. Ahora, encabeza un proyecto tras ejercitarse con cortometrajes y dirigiendo capítulos de las series de Aquí en la tierra y Mozart in the Jungle, con la que ganó un Globo de oro por su actuación.
“Me sorprende no estar estresado, angustiado y todos los días, aunque suene a un mantra medio cursi, estamos haciendo la película que queremos. Eso es una maravilla y una fortuna”, confesó el director este lunes, cerca del término del rodaje que arrancó el 20 de noviembre.
El rodaje de la película ha servido como un bálsamo después de la tragedia. Un paseo por San Gregorio revela un pueblo muy afectado por el terremoto del 19 de septiembre. Muchas casas eran solo escombros en diciembre. El Gobierno había comenzado a tirar los edificios más dañados. Algunos tenían lonas anunciando el derribo inminente. Otras casas mostraban en las puertas de los garajes las hojas que los hacían acreedores a las ayudas del Fondo de Desastres Naturales. La escena de los ajolotes se rodó en el segundo piso de un edificio reforzado con pilotes para dar más soporte a la estructura.
Enamoramiento y desencanto filosófico
El terremoto no hizo cambiar de planes a la producción, sino que la afianzó más. La cinta utiliza a jóvenes del pueblo como actores. Gael García incluso habla de un “enamoramiento” con la comunidad. “De repente ya no recuerdas qué fue lo que más llamó la atención. Son tantas cosas que se vuelve una necesidad hacer la película. Hacer el sueño en el que te embarcaste, te convenciste y además embaucaste a mucha gente también”.
Esto no siempre fue así. En la madrugada de diciembre, Gael confesó haber perdido el apetito del proyecto hace algunos años. Conoció el guion desde hace una década y lo había apasionado. Sin embargo, tuvo un “desencanto filosófico” con él justo cuando fue padre. La paternidad desplazó el ejercicio de creación cinematográfica. No era un fenómeno extraño. Lo había consultado con Alfonso Cuarón y Carlos Reygadas y se había encontrado con que los directores habían tenido experiencias similares. Con sus niños encaminados, Gael retomó el foco del proyecto que está cerca de concretarse.
Los muros de San Gregorio Atlapulco se han poblado de murales desde el terremoto. Los niños fueron desalojados de sus escuelas por varias semanas y la pintura en las paredes se convirtió en una actividad extracurricular de manos de los maestros. Uno de esos murales, justo a la entrada del pueblo, muestra una flor naciente. San Gregorio florecerá, dice la pieza de arte urbano. Chicuarotes abonará a que el arte ayude a pasar el mal trago que dejó la tragedia aquí, en la tierra del fango.