MIAMI, JULIO 30, 2018.- La Torre Porsche se levanta sobre los escombros del colapso financiero de 2008. Gil Dezer, su promotor, recuerda el apocalipsis recostado en un sofá del vestíbulo. “A mí me dio diabetes, empecé a perder pelo. El mundo se estaba desmoronando. Bancos cayendo por todos los lados, banqueros saltando por las ventanas. Y yo construyendo en Miami cuatro torres con licencia Trump y con el proyecto para Porsche”. Dezer, un neoyorquino de 43 años que habla español con acento porteño —herencia de su exesposa—, sonríe pensando en que fue capaz de salir indemne de aquel infarto masivo del capitalismo. En Miami, una de las capitales mundiales de la ostentación, la Torre Porsche es, desde que se inauguró, hace un año, uno de sus iconos de riqueza.
El primer desarrollo inmobiliario con el nombre de la mítica casa de coches alemana es un cilindro negro de casi 200 metros de altura junto a Miami Beach. Por fuera impone, pero su secreto más espectacular está dentro. Son tres ascensores en los que los residentes pueden subir hasta la puerta de sus apartamentos sentados dentro del vehículo.
“Es un edificio pensado para los locos de los coches”, dice Dezer. La torre costó más de 400 millones de dólares y el ascensor, en el que trabajó una treintena de ingenieros de Estados Unidos y Alemania, 40 millones, incluidos seis que se gastaron en montar en Chicago una pequeña torre de réplica para hacer pruebas por exigencia del servicio de bomberos de Miami, que nunca había dado una licencia tan exótica.
Dezer ejerce de maestro de ceremonias para enseñar cómo funciona una innovación que “marcará en el futuro la manera de aparcar coches en los edificios altos”, sostiene. El conductor no tiene que hacer nada. Apaga el motor y una plataforma robótica se encarga de colocar el coche en su sitio exacto. El proceso de acomodamiento lleva un par de minutos, pero en cuanto se pone en marcha la subida es veloz. Los oídos se taponan. Dezer, exultante, pregunta: “¿Es cool o no?”.
¿Quiénes son los inquilinos? El constructor solo da pistas. “Grandes ejecutivos, famosos, algún cantante que escuchas todo el rato en la radio. Hay un tipo que es presidente de una bebida que tomas a menudo, un magnate del videopóker o un individuo que tenía una fábrica de Nike en Argentina, la vendió a la compañía y se retiró”.
Al llegar al ático —aún en venta por 32 millones de dólares “negociables”— el ascensor se detiene en una habitación con entrada directa al salón, un espacio enorme con un ventanal desde el suelo hasta el techo con vistas al mar turquesa de Miami. “Desde la calle directo a tu casa”, resume Dezer. “Esta es la idea. Puedes vivir como un ermitaño dentro de tu deportivo”.
La Torre Porsche aúna los dos atributos de la familia. El padre de Gil, Michael Dezer, hizo su fortuna en el mercado inmobiliario de Manhattan y tiene una colección de más de mil coches, entre ellos, “todos los batmovil, el DeLorean de Regreso al futuro y uno de James Bond”, precisa su hijo, que dispone a su vez de 30 deportivos. A pie de torre, enseña el Porsche que le llegó la víspera desde Alemania, un ejemplar de 372.000 dólares y 700 caballos, para cumplir con uno de sus mayores placeres: “Acelerarlo y sentir cómo los ojos se te incrustan en el cerebro”.