ABRIL 4, 2019.- Alberto Cortez empezó a tocar el piano a los seis años y a componer canciones con doce: su primera pieza fue Un cigarrillo, la lluvia y tú, interpretada por numerosos artistas. Su carrera, larga y exitosa, se desarrolló a ambos lados del Atlántico. Trabajó con su amigo Facundo Cabral, con Joan Manuel Serrat, con María Dolores Pradera y con muchos otros. La muerte le llegó el jueves a las 3 de la tarde, por una insuficiencia cardíaca tras una hemorragia gástrica, en el Hospital Universitario de Móstoles: tenía 79 años y varios conciertos programados en Latinoamérica.

José Alberto García Gallo, su nombre real, nació en Rancul (La Pampa) el 11 de marzo de 1940. A los 17 años, mientras estudiaba en San Rafael, cerca de Mendoza, se unió como cantante a una orquesta local llamada Arizona, y con 20, cuando le llegó la citación para cumplir el servicio militar argentino, se alistó en el Argentine International Ballet Show, que partía rumbo a Europa. En ese espectáculo figuraba también Waldo de los Ríos, que posteriormente haría carrera en España como compositor y arreglista.

El Argentine International Ballet Show fue un fiasco. El empresario desapareció cuando el grupo se encontraba en Bélgica y cada uno de los artistas, sin trabajo y sin dinero, procuró salvarse como pudo. Así comenzó el episodio más oscuro en la vida de García Gallo. En Bélgica gozaba de cierto renombre el cantante peruano Alberto Cortez (Darío Alberto Cortez Olaya en la partida de nacimiento), y García Gallo adoptó el mismo nombre y la misma identidad. Haciéndose pasar por el peruano y adoptando su mismo repertorio de boleros y cha-cha-chas empezó a actuar en Alemania y Bélgica, donde se casó en 1964 con Renée Govaert, “la que está en todas mis canciones, la musa que me llevó a todo esto”, según explicó el músico años después. Ese mismo año, Alberto Cortez (el peruano) tuvo una oferta para grabar un disco en Madrid, pero quien se presentó en el estudio fue el otro Alberto Cortez, el argentino. Así lanzó su primer éxito, “Sucu-sucu”.

El Alberto Cortez peruano demandó en Amberes al Alberto Cortez argentino y logró que los tribunales belgas le cedieran la exclusiva del nombre artístico por 20 años. En 1966, el Alberto Cortez argentino, ya famoso, fue detenido en Barcelona por usar ilegalmente el nombre, pero la discográfica Hispavox pagó su fianza y el asunto quedó empantanado en los tribunales españoles. El Alberto Cortez peruano, que en adelante se hizo llamar “El original”, acabó desistiendo tras un áspero enfrentamiento con el argentino a través de la prensa. Los detalles de la historia se conocen por la autobiografía del peruano, Yo sí soy Alberto Cortez. El otro Alberto Cortez, el que logró mucha más fama y acaba de fallecer ahora, prefería no hablar del tema.

De los boleros y las melodías tropicales copiadas al Cortez peruano, el Cortez argentino evolucionó hacia un estilo muy distinto, el de cantautor de las pequeñas cosas y la vida cotidiana. Vendió millones de discos con canciones como El abuelo, En un rincón del alma, Cuando un amigo se va, A partir de mañana o El callejero, publicó libros y poemarios, actuó ante multitudes y obtuvo premios como el Grammy Latino a la Excelencia (2007) y la Medalla de Oro al Mérito Artístico en España. Se hicieron célebres sus dos espectáculos de música y humor junto a Facundo Cabral, Lo Cortez no quita lo Cabral y Cortezías y Cabralidades.

En 1996 sufrió una hemiplejia que logró superar y una operación cardíaca; en 2008 fue operado de la columna vertebral. La mala salud no le impidió seguir ofreciendo recitales. “Dios nos regaló la vida para disfrutarla con la mayor intensidad posible”, decía. En 2013, el ex presidente ecuatoriano Rafael Correa, uno de sus mayores admiradores, quiso que Alberto Cortez actuara en el concierto con que celebró el inicio de su segundo mandato.

Las condolencias se sucedieron en cuanto se conoció su muerte. El concierto que tenía programado en Puerto Rico fue reconvertido en un homenaje. Joan Manuel Serrat dijo que Alberto Cortez perduraría en la memoria. Presidentes y ciudadanos comunes, amigos y admiradores, emitieron mensajes. Coincidían en lo esencial: Alberto Cortez fue un hombre de una inmensa humanidad.

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