FEBRERO 16, 2018. Probablemente sólo las personas interesadas verdaderamente en el desarrollo científico y el pensamiento escéptico sepan quién fue el neoyorkino Richard Feynman, físico teórico, ganador del Premio Nobel en 1965, al que se le conoce sobre todo por su trabajo en mecánica y electrodinámica cuánticas.

Se le conoce además por formular los principios de la nanotecnología, por su participación en el Proyecto Manhattan responsable de producir la bomba atómica, por su participación en la Comisión Rogers encargada de esclarecer el desastre del transbordador espacial Challenger en 1986, por su obra como divulgador y  por su ateísmo declarado.

Feynman murió el 15 de febrero de 1988. Se dice que sus últimas palabras fueron estas: “No me gustaría morir dos veces, es tan aburrido…”

Pero esas no son las únicas palabaras que nos dejó para el recuerdo en los 69 años que duró su vida. Hay muchas frases que suelen circular por las redes, frases que ilustran su pensamiento analítico, que hacen reír y pensar y que nos invitan a ver el mundo a través de su mirada, una mirada que deja a un lado lo inventado por el ser humano en su necesidad de saber su origen, y que nos hace voltear hacia la realidad, aunque muchas veces no la comprendamos.

“El principio de la ciencia, casi la definición, es el siguiente: ‘La prueba de todo conocimiento es el experimento’. El experimento es el único juez de la verdad científica”.

Porque, según él, “hay que tener la mente abierta, pero no tanto como para que se te caiga el cerebro” y “capacidad experimental, honestidad en la publicación de los resultados e inteligencia para interpretarlos”, pues “hay que demostrar nuestras equivocaciones lo más rápido posible, es la única manera de avanzar“.

Como defensor insobornable del pensamiento crítico, Feynman sabía que “lo que necesitamos es la imaginación, pero imaginación econrsetada en la terrible camisa de fuerza que es el conocimiento, que “no importa cuán hermosa sea tu conjetura, no importa cuán inteligente seas, quién hiciese la conjetura o cómo se llame. Si no está de acuerdo con el experimento, está mal”.

Feynman se demostró capaz de comprender, en una muestra de humildad bien entendida que cuando un científico examina problemas no científicos, puede ser tan listo o tan tonto como cualquier prójimo, y de que cuando habla de un asunto no científico, puede sonar igual de ingenuo que cualquier persona no puesta en la materia”.

Como ateo, sin aquellas maravillas de la revelación religiosa, se pudo tomar la incertidumbre de la vida humana con paradójica sabiduría y sosiego absoluto: “No debo tener una respuesta. No me siento aterrorizado por no conocer cosas, por estar perdido en este misterioso universo sin tener ningún propósito, que es el modo en que la realidad es, hasta donde puedo decir, posiblemente. Esto no me aterra”.

Sin embargo, su conocimiento firme tampoco se podía poner en duda: “Para aquellos que no conocen las matemáticas, es difícil sentir la belleza de la naturaleza...si quieren aprender sobre la naturaleza, apreciar la naturaleza, es necesario aprender el lenguaje en el que habla”.

Con una comparación risueña, consideraba por otra parte que “la física es a las matemáticas lo que el sexo a la masturbación”, pues la física es como el sexo: seguro que da alguna compensación práctica, pero no es por eso por lo que la hacemos”.

Y, pese a que el bueno de Feynman se comunicase con la naturaleza casi de tú a tú entonces, no se engañaba al respecto, y decía que “la mecánica cuántica describe la naturaleza como algo absurdo para el sentido común, pero concuerda plenamente con las pruebas experimentales”; y remataba: “Espero que ustedes puedan aceptar la naturaleza tal y como es: absurda. Porque “las cosas más importantes de la naturaleza parecen ser resultado del azar o de los accidentes”, y “ni siquiera la propia naturaleza sabe qué camino va a seguir un electrón”.

Con su mente despejada, dijo sin contemplaciones: “No me parece que este universo fantásticamente maravilloso, esta tremenda gama de tiempo y espacio y diferentes tipos de animales, y todos los distintos planetas, y todos estos átomos con todos sus movimientos, etcétera, todo esto interconectado pueda simplemente ser un escenario para que Dios vea a los seres humanos luchar por el bien y el mal, que es la visión que tiene la religión. El escenario es demasiado grande para el drama”. Y es que “Dios siempre ha sido inventado para explicar misterios. A Dios siempre se lo inventa para explicar esas cosas que no entiendes. Ahora, cuando finalmente descubres cómo funciona algo, obtienes algunas leyes que le estás quitando a Dios; ya no lo necesitas más”.

“La observación que leí en alguna parte, que la ciencia está bien siempre y cuando no ataque a la religión, fue la clave que necesitaba para comprender el problema. Mientras no ataque a la religión, no es necesario prestarle atención y nadie tiene que aprender nada”.
 “¿Qué hombres son poetas que podrían hablar de Júpiter si fuera un hombre, pero si es una inmensa esfera giratoria de metano y amoníaco deben permanecer en silencio?”.
“Prefiero tener preguntas que no pueden ser respondidas, que respuestas que no pueden ser cuestionadas“.
Una persona habla con tales generalidades que todos pueden entenderlo y se considera una filosofía profunda. Sin embargo, me gustaría ser mucho más especial y ser entendido de una forma honesta, no de una forma vaga”.

“Demonios, si pudiera explicárselo a la persona promedio, no hubiera valido la pena el premio Nobel”. 

“Creo que puedo decir con seguridad”, afirmó un día de asombro público, “que nadie entiende la mecánica cuántica”.

Es nuestra responsabilidad como científicos, sabiendo el gran progreso que proviene de una filosofía satisfactoria de la ignorancia, el gran progreso que es fruto de la libertad de pensamiento, para proclamar el valor de esta libertad, para enseñar cómo la duda no debe temerse sino ser bienvenida y debatida, y exigir esta libertad como nuestro deber para todas las generaciones venideras”. Las mismas generaciones que, de verdad, estamos y estaremos siempre en deuda con el gran Richard Feynman.

FUENTE: HIPERTEXTUAL