FEBRERO 22,2018.- ARRASA DE COSTA a costa de Estados Unidos y ya empieza a propagarse por nuestro país. El barre no tiene que ver con escobas, sino con barras, y no con las de los bares, sino con las de los estudios de ballet; y no, tampoco se trata de esos postes metálicos por los que se deslizan y contonean con arte los strippers. Esto se acerca más a los cuadros de Degas que al Bada Bing de Tony Soprano. Bueno, pero sin pasarse, porque no hay tutús ni pianista; al fin y al cabo no hay un escenario como objetivo final, tan solo es un entrenamiento físico que incide en estiramientos y ejercicios tomados de la disciplina del ballet clásico. Esos pliés, más elegantes que las sentadillas, y relevés, que vuelven a poner a prueba el equilibrio, estilizan más que musculan y fortalecen los músculos abdominales, ese tan celebrado core (término que llegó con fuerza hace apenas una década a nuestros centros deportivos y, por ende, a nuestras vidas) que previene las lesiones de espalda. Sin core, ya se sabe, no eres nada.
Esos pliés, más elegantes que las sentadillas, y relevés, que vuelven a poner a prueba el equilibrio, estilizan más que musculan y fortalecen los músculos abdominales, ese tan celebrado core
Este nuevo giro del ballet clásico, con un toque enérgico y francamente esforzado, causa furor desde hace una década en Manhattan. La bailarina española María José Serrano se formó hace dos años y destaca la energía dinámica que trae el barre. “Todo va más rápido que en el ballet clásico, pero movernos al compás de la música trae alegría al cuerpo”, señala. La explosión ha desembocado en distintas versiones del fitness que abarcan desde clases en las que se suda como si no hubiera un mañana, y se rebota en plié y relevé a ritmo frenético, hasta métodos más pausados que combinan ejercicios de yoga, también de pilates, otro método de entrenamiento muy relacionado con el ballet que ha arrasado en nuestras latitudes. Y si detrás del pilates se encuentran Joseph Hubertus Pilates; su esposa, Clara, y los bailarines y coreógrafos a quienes entrenó, en el origen del barre se encuentra la fascinante e irreductible Lotte Berk (1913-2003).
Hija de un rico comerciante judío, quedó huérfana de madre a los ocho años y desafió los deseos paternos volcándose en la danza moderna. Con su esposo y su hija Esther logró escapar de la Alemania nazi y establecerse en Londres, donde alternó trabajos como modelo con su carrera como bailarina. En 1959 abrió un estudio en un sótano de la calle Mánchester y fue desarrollando unas clases de ballet para no profesionales. El método Lotte Berk, que acabó de cuajar tras visitar a un osteópata por una pequeña lesión de espalda, atrajo a una selecta y fiel clientela que incluyó tanto a la escritora Edna O’Brien como a Joan Collins. Cuentan que Barbra Streisand también lo probó, pero no acabó de sentirse cómoda con la lenguaraz Berk. Y es que, en el furor de los swinging sixties y en las décadas siguientes, las clases de Lotte, en las que estaban vetados los hombres, tenían un marcado tono sexual. Bautizó las posturas y ejercicios con nombres como el bidé francés, la prostituta o el culo travieso, y salpicaba sus clases de historias sobre su atribulada vida amorosa. Su primer matrimonio fue abierto desde el principio y duró 30 años. Ella decía que se casó siete veces pero solo dos con papeles. Seductora y competitiva hasta la médula, su hija aún recuerda lo mal que le sentó que ella decidiera proseguir con su método y su estudio. “Ella siempre quería ser la mejor, tener más hombres”, cuenta al teléfono. “Era divertida, traviesa, ingeniosa. Su método no tenía tanto que ver con la gimnasia como con sentir que fluyes, que estás viva, alegre”. Una de sus alumnas, Lydia Bach, llevó el método a Nueva York, donde se engancharon las actrices Candice Bergen y Ali McGraw, y de ahí saltó a Connecticut y a San Francisco. El toque sexual de Berk se fue suavizando, pero su hija aún mantiene el estudio, y también la misma melena cuadrada con flequillo, marca inconfundible de su madre. A los 83 años, aún presume de figura de bailarina.
Con información de EL PAIS